miércoles, 7 de enero de 2015

PEDRO DÍAZ


Solía mirar con sus pequeños ojos,
con sus belfos besados por Dios desde el vientre de su madre
las tardes de corridas en el pueblo de mis mayores.
Pedro, hijo de María, hombre como nube.
Pedro Díaz, el que vive, el que anda.
Mitad matarife y torero de vísceras de mi pueblo.
Pedro Díaz, el que en jícara bebe la sangre de la res recién muerta
y abierta por Pedro mismo
con su cuchillo inmenso como el mundo de matarife.
Otros, para tener valor y silbar palabras inentendibles, beben alcohol hasta morirse.
Pedro, el matarife de Pichi, Pedro el Grande, Piedra ensimismada del camino,
Bebe en jícara la sangre de los toros.
Pedro niño, Pedro grande, Pedro hermano.
Yo no tengo palabras como Vallejo, Pedro Díaz, el obrero, el hombre,
para hablar de las criaturas de tu hambre,
para llorar sobre tu cuchara, enfrente de tu pan y tu mesa desolada,
hacer versos al cuchillo de tu trabajo,
con la chaira de tu esperanza y tus símbolos de hermano matarife.
Que naciste muy chiquito, mirando al cielo petuleño,
Y que luego creciste y te hiciste obrero, Pedro,
Eso pocos lo saben, Pedro Díaz.
Siempre que te veía, Pedro, te decía Pedrito,
Para las fiestas de pueblo cuando te topaba te daba 100, 50 pesos 
y te decía que te tomaras una a la salud de los enfermos.


1 comentario:

Karen B. Marin dijo...

Avilez, no te había leído algo como esto, la verdad es que huelo la nostalgia y mantienes la textura en lo que fuera este personaje hasta desembocar en lo que hoy es.
Me parece bonito, tiene algo de etnográfico y paralelismo de texto maya antiguo.
Más como estos... Saludos.

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