miércoles, 8 de octubre de 2014

El gran amansador de cocodrilos de Chetumal




Revisando los periódicos virtuales de la Península, esta mañana me topé con una “noticia curiosa” que me hizo tomar el café de un solo trago y salir afuera para darle una larga calada a un cigarrillo que recuerdo que traía en la bolsa de mi chamarra. Y recordé el aforismo o la sentencia del polígrafo yucateco, Roldán Peniche Barrera, que tal vez me describe a la perfección: “El yucateco –insaciable lector de periódicos y revistas- ha mostrado siempre un particular interés por las noticias insólitas."

En efecto, no miento si digo que soy un insaciable lector de periódicos, revistas y libros; y que siempre he mostrado una enfermiza atracción por las noticias insólitas, raras, peregrinas, increíbles, enigmáticas, sutiles, terroríficas, de brujas, duendes, hechizos y espantos. En mi afán por construir una historia totalitaria, no he obviado las notas curiosas, y hoy, por lo visto, mi vocación de lector de noticias insólitas me hizo incurrir en el delito de comentar una de ellas. Una nota de prensa aparecida en un diario de Quintana Roo, decía que un “joven pescador” había capturado un cocodrilo, y que al llegar la policía en su auxilio, este joven, que no refieren su nombre para felicitarlo aquí por tan loca hazaña, ya tenía inmovilizado “y amansado al gran y feroz lagarto.” Como he dicho, esta noticia me puso efusivo y aplaudí al instante, pues para mi, los lagartos del Hondo se han vuelto un asunto literario que pide toda la atención posible.

La nota traía también una fotografía del joven de 15 años con el lagarto de más de 2 metros de largo maniatado de sus terribles y jurásicas fauces. Después de leer esta nota, me aventuré a recordar el espíritu de algunos especímenes chetumaleños que he conocido. Mientras hay una clase de chetumaleños apocados, existe otra, de origen yucateco, que son resueltos hasta el espanto. Tal es el caso de este quinceañero. Steve Irwin es una niña de 3 años frente a este "joven" pescador chetumaleño, que con un cordel solamente, amansó a tremendo animal.

Pero la pregunta es, ¿por qué se metieron con este animal que vive en su medio natural (la bahía y el Hondo)? Tal vez tanto este Steve Irwin del trópico húmedo, como los wiros de la policía chetumaleña, que posteriormente llevaron a Semarnat al lagarto, contravinieron varias normativas de protección a la fauna. Por lo demás, la forma como explica su temerario proceder "el muchacho" (la nota de prensa, seguramente fue escrita por un Alex Dorado Dzul cualquiera con ínfulas de periodista escritor), es digna de contarse en una historia con todo el estilo garciamarqueño, porque Chetumal en más de un sentido resulta garciamarqueña.

El jovenzuelo, que tal vez gusta de ver el Discovery (arguyo que Steve Irwin es su héroe) pescaba quitado de la pena,  la mañana del domingo pasado, en playas roqueñas de la mítica colonia del Barrio Bravo, a unos metros del "Salón Bellavista,” reconocido lugar de recreación a donde asisten los chetumaleños y chetumaleñas hermosas, así como la clase política local – “la aristocracia de la hamaca”- cuando quiere darse sus baños de pueblo y convivir con la wirada. 

Con solamente una caña "modificada,” cordel de albañil, anzuelos y un bote de carnada, seguramente el joven veía el horizonte apacible de esa distante bahía bañada de azul, verde y ópalo cuando, de repente, las aguas calmosas que bañan a Chetumal vomitaron a un “saurio” perezoso que iba directo a donde él y sus compañeros se encontraban, con toda la pinta de que ese lagarto había salido de un set de Parque Jurásico. “En tierra el lagarto -pensó el joven, un consumado naturalista salido tal vez de unas clases podridas de biología de la UQROO- deja su estado inmortal y baja a la condición de pinche lagartija moribunda.” Ya con esa idea lunática clavada en su mente afiebrada, el chamaco barriobravero contó su locura, como sólo un chetumaleño de sepa lo puede contar, con retazos de un instintivo García Márquez:

“Al verlo tan cerca me espanté, pero no intenté correr, le tiré la camisa en la cabeza, me intentó dar coletazos, me abrió el hocico, pero logré sujetarlo con fuerza, ya que el animal buscaba regresar al agua donde son inmortales. Estuvimos luchando hasta que se cansó..."

Desde luego, uno no tiene sino asombro para el chetumaleño; porque tal vez en la acción enfermiza de este quinceañero barriobravero, podemos contemplar, encapsulada, a toda una tradición de hombres feraces, selváticos, casi salvajes, que inundaron el Territorio cuando la selva lo era todo y, según Beteta, los lagartos llovían en las tardes de estío y la mosca chiclera y el colmoyote escarbaban la carne viva de los “gambusinos de la selva” y las fiebres palúdicas y las nauyacas y el rugido del jaguar y el machete de los indios indómitos, habrían de modelar a una estirpe de hombres y mujeres hechos con la arcilla de la soledad, que construirían la última ciudad de todas, Payo Obispo, y dormirían frente a una bahía con olor a maderos pudriéndose y a lagartos que eran vomitados por el Hondo y comidos en caldo por aquella raza de yucatecos que sabían más palabras en inglés que en español…los viejos payoobispenses.



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